Los hijos del alcohol han aportado tantas cosas y tan hermosas. Los hombres incendiados por el alcohol han sido tan necesarios para el mundo; ya sea como mal ejemplo o como tierra fértil donde se gestan las creaciones más desgarradas pero a la vez más hermosas. Son innumerables los ejemplos y obras que han sido concebidas en el punto de la desesperación etílica o festividad que el dios Baco les brinda a los mortales.
Pero ahora, nos ocuparemos de un personaje en particular, de un novelista, guionista televisivo y poeta inglés, de hecho, nos vamos a centrar en su poesía, que es una radiografía de un alma y cuerpo en el cual el alcohol corre, con fuerza, como gasolina en un motor. Su nombre Malcolm Lowry (Cheshire, 28 de julio de 1909 - 26 de junio de 1957), educado en la Leys School y en St. Catharine's College, Cambridge, para su graduación en 1931, sus dos amores, el alcohol y la literatura se habían unido para nunca separarse. Porque después de la escuela, como marino había recorrido muchas partes del mundo, pero había elegido a México para asentarse, exactamente Oaxaca. Porque Lowry tiene mucho de Oaxaca, como dijera el escritor mexicano Eusebio Ruvalcaba : “Oaxaca y él poseen las mismas cicatrices –sólo visibles para unos cuantos-: desolación, soledad, inclemencia”. Y basta ver la forma en que el mezcal lo hacía entrar en su más recóndita condición humana, cuando en su poema “Oración Para Borrachos” dice:
Dios da bebida a esos borrachos que se despiertan al amanecer
Farfullando sobre las rodillas de Belcebú, totalmente destrozado
Cuando una vez más espían a través de las ventanas
Acechando, el terrible puente cortado del día.
Estaba consiente de su condición, de saber que no podía existir sin el alcohol, ese líquido tan milagroso en él, que lo tomaba de la mano justo cuando tenía el lápiz y lo guiaba, ayudándolo a escribir cada verso como si fuera el último.
Y es que al leerlo, nos adentrarnos en los callejones llenos de suciedad, mujeres borrachas con las pantaletas en los tobillos y hombres completamente derrotados. Y es que cada poema es una ventana que nos permite asomarnos a ese mundo, donde toda la esperanza está contenida en un trago, donde no hay tiempo para pensar, o como él diría “Sin Tiempo de pararse a pensar”:
La única esperanza es el próximo trago.
Si te apetece puedes dar un paseo.
Sin tiempo de pararse a pensar,
La única esperanza es el próximo trago.
Inútil titubear en el límite,
Peor que inútil todo este hablar.
La única esperanza es el próximo trago.
Si te apetece, puedes dar un paseo.
Es inútil titubear en el límite, en esa línea en la cual a lo máximo que podemos aspirar es a un buen llegue de cualquier bebida. Un llegue que nos haga afrontar el día y sus desavenencias de la mejor forma posible. Por eso lo escribe 3 veces: “la próxima esperanza es el último trago”. Porque es real, sin ser trágicos, simplemente la esperanza de un hombre se puede traducir a eso, a un trago, a un vaso rebosante de ese elixir que los va a hacer dar un paso tras de otro.
A la esperanza, la misma que también permeaba sus poemas, esas ganas de imaginar un lugar mejor, de armar utopías donde no estemos con el dragón negro (el miedo, la tristeza y melancolía), a la falta de ese mismo dragón, le dedicaron unos versos en “sin el dragón nocturno”:
Ideas de libertad están atadas a la bebida.
Nuestro ideal de vida contiene una taberna
Donde un hombre puede sentarse y hablar o sólo pensar,
Sin ningún miedo al dragón nocturno;
O bien otra taberna donde no aparecen Letreros de No se Fía ni de No hay crédito
Y, dejando aparte las ilimitadas cervezas,
Nos sentamos tranquilamente borrachos y locos a editar
Panfletos de un país realmente mejor donde un hombre
Puede beber un vino más delicado, ¡Ah!, no destilado
Que intoxica sutilmente sin dolor,
Tejiendo la visión de una taberna inasimilable
Donde siempre podemos beber sin pagar
Con la puerta abierta, y el viento soplando.
Plasmó el sueño de muchos de nosotros, de esos que lo único que le piden a la vida es tener un lugar donde beber, estar, pensar y quedarse viendo al vacío mientras el contenido en el vaso va bajando de nivel. Ver, por esa puerta siempre abierta, cómo el mundo corre sin nosotros. Dónde escondernos del Dragón Nocturno, que seguramente nos estará buscando a esas horas, listo para hincarnos el diente y dejarnos en los huesos.
El único lugar que se le acerca a esa utopía es la cantina. Lugar sacro para muchos, lugar donde un montón de hombres se pueden reunir para beber y nada más. Hombres que seguramente han sido despreciados en sus casas, no les alcanza para la quincena o que nadie los espera. Hombres que pueden estar con el rostro deforme, con joroba y que en ese lugar son iguales, en esa barra encuentran el respeto que afuera se les es negado. Por eso, Lowry, amorosamente los describe en el poema “Los Borrachos”:
El ruido de la muerte aquí en este bar desolado,
Donde la tranquilidad se sienta encorvada sobre su oración
Y la música sirve de concha al sueño del amante,
Pero cuando ninguna moneda introduce esta dura desesperación
Hasta aquí, el más solitario de los hogares
Y de todos los destinos el más solitario además,
Cuando ninguna música eléctrica rompe el batir
De corazones doblemente rotos pero ahora reunidos
Por el cirujano de paz en la astilla del desastre,
Penetra más profundamente que lo hicieran las trompetas
El movimiento de la mente dentro de ese entramado
Donde los desórdenes son simples como la tumba
Y la araña de la vida se asienta, duerme.
Porque esos borrachos fueron los que le acompañaron en sus maratónicas borracheras en Oaxaca, cuando recién abandonado por su esposa, decidió quedarse en ese lugar que lo recibió con los brazos abiertos hasta su deportación en 1939.
Y es que hasta en la resaca, ante ese monstruo que todos tememos, aquel recordatorio de que somos mortales, Lowry era luminoso. Sí, Lowry lo enfrentaba con una hermosa resignación, como un trofeo por haber sobrevivido a la borrachera de anoche. Y es difícil lograrlo, porque el hombre crudo, mortalmente crudo, es el crítico más exigente del mundo, porque su tolerancia se reduce a cero, por eso, un verdadero poema, es aquel que toca el corazón del crudo, que lo cobija. Y eso Lowry lo logra, con su poema “Consuelo”:
No eres el primero que tiene el tembleque,
El vértigo, el horror; que lleva chanclos escarlata,
Ni tampoco la puta invencible
Perseguida por ojos como redes de pescar. Inclinándose,
Duele el rostro de hierro con ojos de ágata, y despierta
El ángel de la guarda, ve el pasado
Como un Partenón de posibilidades…
No eres el primero al que se coge en mentira
Ni del que se dice que está muriendo.
Morir, poco a poco dejar la vida entre las resacas, y es que no es lo mismo tener una cruda en Oaxaca que en una gran ciudad como Nueva York o Londres, que fue donde residió respectivamente después de su expulsión del país. En una ciudad grande, el dolor se multiplica y el sufrimiento permea las calles. Así lo ve un crudo, cuando sale a las arterias de esa bestia que es la ciudad, cuando entra a la realidad que en ese momento, con el organismo a punto del colapso le parece demasiado dura, llena de una brutalidad imposible de afrontar. Porque él, con su infierno propio, el que se desenvuelve en su mente y cuerpo, tiene que sobrellevar la locura que lo rodea. Lowry lo sentía y le hacía mal, tanto que llegó a pensar que no había poesía en ese lugar. Porque las ciudades han sido creadas para no tener clemencia ante nada ni nadie y menos hacía los crudos. Entonces, se ensaña con ellos, dejando caer todo el peso destructivo de su normalidad sobre sus espaldas, haciéndolos sentir solos, “Sin compañía excepto el miedo”:
Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí
En esta barra arqueada con la pintura marrón descascarillada,
Papegaai, mescal, hennessy, cerveza,
Dos viscosas escupideras, sin compañía excepto el miedo:
Miedo de la luz, de la primavera, del lamento
De aves y autobuses volando a sitios lejanos,
Y de los estudiantes yendo a las carreras,
De chicas brincando con el aire en sus rostros,
Pero sin compañía excepto el miedo,
Miedo de la fuente volando: y todas las flores
Que conocen el sol son mis enemigos,
¿Estas, muertas, horas?
Y paradójicamente, Lowry, ese ilustre borracho que no perseguía el éxito si no un buen lugar donde beber, éste lo alcanzó, como un depredador que última a su victima sin piedad. Porque en 1947, saca su novela Bajo el Volcán que inesperadamente lo lleva al éxito, lugar donde Lowry nunca se sintió como y siempre despreció, como bien lo escribió en “Tras la publicación de bajo el volcán”:
El éxito es como un terrible desastre
Peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo
Cuando las vigas caen cada vez más deprisa
Mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación.
La fama como un borracho consume la casa del alma
Revelando que sólo has trabajado para eso-
¡Ah!, si yo no hubiese sufrido su traidor beso
Y hubiese permanecido en la oscuridad para siempre, hundido y fracasado.
Y es que el alma para Lowry era un estorbo, un mal peor que la más brutal de sus crudas. El éxito, como bien dice, es un desastre, porque siempre crea expectativas. Y no hay nada más desgraciado para un hombre que crear expectativas. Porque siempre, hombres como Lowry, humildes de alma, preferirán beber en la última mesa de la cantina, formarse al final de la línea más larga, permanecer siempre en la sombra del fracaso como un aura que lo protege como un vientre materno que lo alimenta. Es en ese lugar donde Lowry floreció.
Esos versos no son para cualquiera. Esas imágenes no cualquiera las registra. Sólo los que se han encerrados en si mismos pueden tener un pequeño atisbo de ese caos que es la condición humana. De ese lugar que Lowry nos enseñó con su poesía (y prosa en Bajo el volcán), que son la radiografía de un hombre que estuvo en continuó intercambio con el alcohol, en el cuál encontraba castigo pero también un refugio. Encontraba dolor pero también placer, pero sobre todo encontraba sabiduría.
La misma sabiduría que nos da en cada poema, en cada verso que se sucede frente a nuestros ojos. Porque eso es Lowry, es esa comodidad en la derrota, es el enseñarnos a perder y a disfrutar un trago a las 8 de la mañana cuando todos están trabajando. Lowry(o más bien dicho), su poesía, es la caricia que necesitamos, cuando nos damos cuenta que nos hemos equivocado en todo. Porque sus versos, sus líneas que se entretejen tan armoniosamente, nos dicen más de lo que está escrito, nos transporta a ese lugar donde solamente hay derrota, donde nos podemos quedar dormidos sin el miedo a nada o como dijera Eusebio Ruvalcaba, embajador del mezcal : cuando se cierran los ojos a la mitad de la borrachera, Malcolm Lowry se aproxima y deposita un beso en nuestros parpados. Yo añadiría: Y nos abraza como un padre a su hijo.
En conclusión, adentrarse en la poesía de Lowry es entrar a un barrio lleno de oscuridad y caos, miseria y tristeza. Un barrio que nos depara mucho sufrimiento y que seguramente detrás de cada puerta está la desesperanza cenando en los hogares. Pero también, si puedes soportar los embates que ese mundo te depara y llegas a ese lugar, a esa esquina donde los ilustres perdedores están parados, mamándose la vida a tragos, te puede dar por bien servido. Porque en ese lugar, ahí, en los ojos de esos hombres, está toda la sabiduría y conmiseración a la que podemos aspirar en este mundo.