Cuando la noche nos recibe
con un madrazo en la cara
y el tiempo nos sacude
a cada minuto.
Me aferro a tu mano,
para cruzar calles que transpiran odio
buscando la bendición
de un diler,
que se compadezca y nos mande al cielo.
Pero a veces nada funciona.
Y nos rendimos
a los píes de un puente.
Sin hablar.
Mientras me desgrano por los ojos
y tú con una lata
recoges cada lágrima para fumártelas de un jale.
domingo, 3 de agosto de 2008
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