lunes, 15 de septiembre de 2008

Manos que estrechan...

Hay veces que la noche parece más oscura de lo normal y las voces no te dejan dormir. Esas voces que te dicen: no hay tiempo, la cagaste, estas equivocado. Y das vueltas y vueltas en tu cama, intentado escapar de tus pensamientos. Pero no logras safarte y la angustia te atrapa, estrechándote en sus manos y exprimiéndote hasta dejarte seco.

Te levantas y entre la oscuridad de tu cuarto buscas el I-pod y la pipa. Por fin con las dos cosas entre tus manos, te paras frente a la ventana viendo hacia la noche que parece el interior del hocico de un lobo. Le picas a la pipa, esperando que haya al menos lo suficiente para un jale, uno decente, no pides más. Juntas dentro de la pipa, el hachis y la ceniza que te queda y el pensamiento que ya mañana tendrás una vela para ti solito te calma, pero por ahora es lo único que tienes. Te pones los audífonos, y con la pipa en la mano, buscas en la pantallita. Recorres tu lista de reproducción, hasta que te encuentras a EKKAIA.

Te pones la pipa en la boca y el encendedor cerca. Te sorprendes del primer jale, que entra directo a tus pulmones. Aguantas el tanque dentro, hasta que es imposible y lo escupes en forma de tos. Luchas por otro jale, uno más. Esta vez si es el último, porque sentiste la flama cerca de tus labios. Te quedas viendo al horizonte y es cuando los audífonos te vierten en el oído ese sonido. Y dentro tuyo se forma un Apocalipsis convertido en música. Todo tiene sentido y se ha revelado. Cada acorde, madrazo en la batería y grito lleno de furia cobran sentido. El presentimiento que se acerca el final.

Entonces, frente a tus ojos la tierra se abre y llueven bolas de fuego. Y los padres de familia salen de sus casas, montando caballos que escupen ácido. Cabalgan entre las calles sorteando las grietas y empuñando su verga. Violando chamacas con faldas de secundaría y calcetitas blancas. Las raptan de sus camas y encima de sus caballos las penetran por el culo.

Y ves que frente a ti, en una azotea, EKKAIA toca, como si nada pasara. Como si fuera el soundtrack del día final. Y ese huracán de furia se convirtieran en acordes, melodía y gritos que vomitan odio. Tanto y tan fuerte es ese vomito, que opacan los gritos llenos de sufrimiento y dolor de las niñas con el culo reventado.

Desde tu ventana todo eso parece tan divertido, que casi y te puedes dormir.

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