viernes, 2 de abril de 2010

No sé si me creas, si te digo que la neta me siento mal. Así de simple, me siento mal. Y no es ese malestar que te deja una vieja cuando te ha cerrado la puerta para siempre, el malestar que te deja una cruda o el que te machaca los huesos, cuando la piedra te ha demolido por dentro. No, no es nada de eso, es ese malestar de no poder, de que la vida te duela. Porque en realidad, desde hace mucho, no aspiro a más que a un trabajo y una vida social estable, tal vez unas bocinas nuevas para la compu o un I-pod nuevo, bueno, aspiro a todo de lo que escupía cuando tirado, entre las nubes del café, escuchaba a la Polla Records. Sí, en esas veces, cuando la vida era una cúmulo de aburrimiento y entonces te tocaba el culo(te acuerdas Vane), y entonces todo podía seguir, como de por si las cosas siguen su rumbo. A eso aspiro, y nada más, pero no puedo. Es que me es inevitable, que al despertarme, un deseo de muerte venga a mí, me avasalle, a tal grado que me imaginé echo mierda por el metro y tal vez, el cliché más grande, dormir un sueño suave de pastillas. Y es que tenía trabajo, en serio, era una mierda pero lo tenía, y entonces cada mañana era una pelea con el asco del mundo contenido en un vagón del metro, empujándose en el micro, corriendo porque llega tarde. Cruzar ese cúmulo de cansancio y desencanto sin mirar. Sin mirar esos rostros dolientes, con expresión resignada a una muerte lenta y brutal. Pero en realidad, lo que no podía soportar ver, era los ojos de esas personas, esas cuencas de mirada vidriosa y llorosa, que luchan por mantener abiertos. Siempre, era una heroada soportar eso en la hora pico, porque los tenias a unos centímetros. Era cuando me sentía enfermo, y entonces deseaba con todas mis ganas que el metro se descarrilara para de una vez todos nos hagamos mierda. Pero no pasaba, por una o por otra cosa, no pasaba, y eso se me hacía una reverenda cabronada.

Es que te reto a vivir el día a día, a ver pasar el tiempo sobre ti, ha hacer cuentas de todo y no pensar en acabar todo, en terminar todo de tajo. Porque dime acaso al pararte en la línea amarilla, lo que te separa de los rieles, nunca has pensado dejarte caer. Se dice fácil, dejarte caer. Créeme, es más cabrón de lo que parece. A mí, siempre me ha pasado por la mente hacerlo, y más cuando me siento tan mal( no sé si ya me creas), cuando veo todo descolorido y parece que tengo una migraña permanente. Sí, esos días raros(pueden preguntarle a Claudia, Laura o Ana sobre ellos), en los que cada lugar en el que depositas tu mirada es para ver una desgracia. Los días raros que me hacen desear una muerte rápida, una combustión espontánea. Los días raros que pueden hacer ver una atardecer melancólico, con un sol que baja con hueva. Sí, esos días que son el preámbulo a sentir en carne viva la tristeza por que sí, el abatimiento por el simple vivir, ese estado de sentirte acorralado por el dolor. Pero sabes que es lo más cabrón, es un dolor gratuito. Mira, me sigo sintiendo mal, muy mal, más cuando miro por la ventana y pienso en el pasado, en aquellos días, si, esos, cuando me fumaba la tristeza y podría cagarme de la risa, aunque en el bajón me sentía en el último rincón del mundo.

No sé como decirte que me siento mal, no lo sé, simplemente, quiero terminar esto de la mejor manera.
Sé bien que en alguna de estas calles,
la suerte y la vida
están muy separadas una de la otra
echando desmadre cada quién
con su bandita
y que hace mucho no se miran
ni salen de peda juntas.

Así es que ya pueden ir descolgando la luna
y fundiendo las estrellas
porque el mundo hace rato
que dejó de ser mágico
y ahora no es más que una colección
de madrizas que van cansando.
Sólo pido que me avisen
cuando sea tiempo de checar mi salida
para levantarme de la mesa
donde hace rato mis carnales
se quedaron dormidos
mientras esperaban a sus viejas
porque ya me estoy cansando de hablar sólo