domingo, 31 de mayo de 2009

martes, 19 de mayo de 2009

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Cojieron durante una hora, quizá un poco más y cuando terminaron Sandra se bañó, se acostó y se durmió en corto. Kore estaba a su lado en la cama, rodeándola con el brazo; tenía la cabeza apoyada en su hombro y Kore escuchaba su respiración y otros sonidos de la noche. Después de unos minutos empezó a pensar en Lilian, en su sonrisa, en su manera de reírse cuando se daba cuenta de que algo que había dicho él le resultaba cagado, en el aspecto de sus ojos cuando estaba dolida, en sus manos, en los músculos de sus hombros, en el esfuerzo que hacia cuando se amarraba las botas, en al fuerza que despedía siempre, en cómo se callaba cuando había hecho una pendejada, pensó en ella en aquel cerro, sola a pesar de su carnal, plantando cara, tratando de aprender el juego, tratando de hacerlo bien, pensó en lo que le costaba hacer las cosas corrientes, y que ahora que no lo tenía a él, debía de costarle mucho más, pero luego pensó si no le sería más fácil sin él, y llegó a la conclusión de que sí, pues de lo contrario hubiera vuelto a casa. Entonces se entristeció, porque quería ayudarla , hacerle las cosas más fáciles, hacer de su vida un viaje de humo dulce. Habría hecho cualquier cosa por ella, todavía lo haría, pero ahora sabía cómo se le había escapado aquella razón, ni como se le había escapado ella, si se le había escapado. Allí a oscuras en la cama sintió cuánto la echaba de menos ya. Las lágrimas afloraron a sus ojos, se agolparon allí sin llegar a derramarse, y sintió que su vida era más pequeña que antes y que no haría sino volverse más pequeña. Entonces Sandra se revolvió a su lado, le besó el brazo, se acomodó en su almohada y dijo:

-Kore, te quiere. Te dejó ir, esa es la prueba que necesitas.